El orden de los apellidos, una deuda histórica saldada

En contra del mar

Históricamente el derecho a la identidad le ha sido negado a las mujeres y otras personas oprimidas. Por ejemplo, en Roma solo el hombre que era considerado ciudadano tenía tres nombres para ser identificado, mientras que a las mujeres se les asignaba una versión feminizada del nombre del hombre bajo el cual se encontrara a cargo, es decir su padre o su esposo.

Con el paso de los siglos, las costumbres cambiaron y se empezaron a usar apellidos para identificar a qué familia pertenecía una persona. Después, jurídicamente, se decidió que las mujeres llevarán el apellido de su padre y que, al momento de casarse, se cambiará el apellido por el de su esposo, que es el mismo que se asignaría a sus hijos. Seguramente si revisas las actas de nacimiento de tus abuelas, de tus padres aún encontrarás que los nombres de las mujeres se asentaban con el apellido de los hombres con la preposición “de”, que se emplea para señalar la propiedad.

La prevalencia de ciertos apellidos, en especial, de los apellidos masculinos, es una de los mecanismos de poder y dominación más arraigados en las sociedades. Con ello se refrendaba que la vida pública, la posibilidad de existir con autonomía y libertad era un derecho de ciertos hombres, mientras que, a las mujeres, a lxs niñxs y a otros hombres se les relegaba al plano privado, a ser la propiedad de un hombre y, por ende, a ser borradxs.

Fue gracias a las feministas que este mecanismo de poder fue evidenciado y durante varias décadas se ha señalado que la costumbre de no poder elegir el orden de los apellidos de lxs hijxs es una practica que atenta el derecho a la igualdad y no discriminación, el derecho a la identidad de lxs hijxs y el derecho a la protección de la vida privada de las familias pues a través de él se crea el sentido de identidad y pertenencia.

¿Qué ha significado y qué impacto tiene para la mayoría de nosotrxs que nuestro segundo apellido sea el de nuestra madre? Sin duda, replicar una estructura jerárquica donde las mujeres siempre vamos detrás de los hombres.

Hace un mes se saldó esta deuda histórica con las mujeres y la niñez hidalguense, se publicó la reforma a la Ley para la Familia del Estado de Hidalgo en la cual las parejas, tanto heterosexuales como lésbicas y homosexuales, pueden elegir el orden de los apellidos de los padres. Con ello, a partir del 3 de diciembre, en todas las 85 oficialías del Registro del Estado Familiar, se deberá informar a las parejas esta disposición que servirá para erradicar una costumbre fundamental para perpetuar la desigualdad entre hombres y mujeres y asentar los apellidos en el orden que deseen.

Para las mujeres, esta reforma nos coloca un pasó más cerca de ejercer nuestra ciudadanía en el mismo plano de igualdad que los hombres y aunque no podemos cambiar la historia de la conformación de los apellidos, para las generaciones sí marca una diferencia y manda un mensaje: es posible construir un mundo libre de discriminación.

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