El poder y la imagi-nación

Vozquetinta

En un 1959 encadenado a la Guerra Fría y el anticomunismo delirante, C. Wright Mills propone usar La imaginación sociológica como estrategia de análisis y resistencia de lo individual ante lo social. En un 1968 alocado por las llamaradas de petate que deslumbran al planeta, La imaginación al poder es una de tantas consignas empuñadas como antorchas por la juventud. En un 1971 inserto en el belicismo, la represión y el escándalo, John Lennon se sienta al piano y canta una pacifista rolita donde Imagina que no existe el cielo.

¡Imagínense! es hoy la muletilla de moda, puntual al inicio de cada día desde un patio vecino a la plaza icónica de México. ¡Imagínense esto! ¡Imagínense lo otro! ¡Imagínense qué pasaría! ¡Imagínense si me quedara callado! ¡Imagínense los sueldazos! ¡Imagínense cuánta corrupción! ¡Imagínense cómo era todo antes!… Así, en imperativo, responde el imaginero ocupante del viejo palacio virreinal a una corte de preguntadores en cuyo morral de trabajo no faltan los pedacitos de copal y la rajita de ocote para encenderlos. Ni modo de desperdiciar tamaños reflectores votivos sobre el altar de la patria.

¡Ya me imagino lo que estará imaginando de sí misma la diosa Imaginación al oírse traída y llevada como sonsonete! ¡Ella, tan loada por los poetas, tan exigida en cualquier manual de creatividad literaria, tan ubicua en todo sermón de aliento moralista! La neta, yo no quisiera estar en sus zapatos.

‘Lo real imaginario’ (o para emplear el término aplicado por Vargas Llosa en cierto prólogo: ‘la realidad ficticia’) llaman los académicos a una corriente del boom novelístico latinoamericano donde todo es creíble, donde lo fabulado resulta tanto o más verosímil que lo verídico (en ello, precisamente, radica la seducción de sus tramas). Si este juicio a priori lo trasladamos al lenguaje politiquero, no hay nada mejor que etiquetar al zoon politikón de real imaginario (o si se quiere, real ficticio). Los partidos políticos imaginan encuestas a modo para sustentar los dedazos, las personas candidateadas a cargos de elección popular imaginan paraísos de atole con el dedo entintado de sus votantes, quienes fueron elegidos por el pueblo bueno y sabio imaginan un mundo en el cual ‘feliz’ es el adjetivo recurrente. ¡Ah, la soma, la imaginativa soma recetada por Huxley: inimaginable sería la vida si no nos vacunáramos a diario con su hechizo!

Dicen las malas lenguas, sin embargo, que sólo los seres iluminados son competentes para tejer bien, con los hilos de la imaginación, la urdimbre de las naciones. Será el sereno, pero cuando lo imaginado se contradice con los datos duros de la terca cotidianidad (alias la Loca de la Casa), no hay nación que no sufra vértigos a la vista de un acantilado en pleno temporal. ¡Nada más imagínense!

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos