Esclavitud digital

Vozquetinta

Para Miguel Ángel Granados Chapa,

a diez años de su trascendencia.

Odio el autocorrector del celular y la computadora. Antes de enviar un mensaje o imprimir un texto debo releer a detalle lo que, según yo, escribí, so pena de hallar demasiado tarde que el cerebro de la mentada maquinita le hizo cambios sin mi consentimiento, tanto de acentuación (me “corrigió” video, futbol, icono, que a propósito puse sin tildes, para dispararme vídeo, fútbol, ícono) como de ortografía (me “enmendó” polca, quiosco, Tasco, que considero las grafías apropiadas, para imponerme polka, kiosco, Taxco) y no se diga de redacción (mejor ni menciono ejemplos que me ha asestado, pues parecen galimatías o, de plano, mentadas de madre).

Conste: no son pruritos míos, por más quisquilloso que sea yo con el lenguaje. En el fondo el problema es de libertad. ¿Por qué debo permitir que dos aparatejos —sin duda alguna utilísimos, inevitables ya como herramientas de creatividad, pero negreros— me hagan esclavo de sus caprichos? ¿Con qué derecho se apoderan de mi estilo de escribir y lo “rectifican” con base en sepa qué criterios programados desde una fábrica? ¿Por qué han de pensar o sentir por mí y atribuirme en una pantalla lo que suponen que pienso o siento?

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Quién dijera que, para la casi totalidad de usuarios de cels y compus, el corrector automático resulta una bendición, porque les evita “la dicha inicua —diría Leduc— de perder el tiempo” en razonar, en hilar bien una frase con otra, en quebrarse la cabeza para que sus palabras correspondan lo más cercano o fiel posible a sus ideas, si es que de veras tienen palabras, ideas… y cabeza.

¡Viva la hueva mental! Ésta es su diosa a venerar, su dogma a sostener, su doctrina a cumplir. ¿Algún día remoto, el más sumido en la nostalgia, abandonarán el teléfono celular y la computadora en sus altares catedralicios y volverán al pecado original de dejarse tentar por el duendecillo travieso de un simple lápiz o el hada mágica de un humilde bolígrafo? Mientras tanto, ¡ay!, no saben de la deliciosa aventura lúdica, imaginativa, que se pierden por no empuñar ya tales instrumentos prehistóricos.

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Vozquetinta inició un domingo como hoy, hace justamente un año. Por la pura voluntad de compartir reflexiones de manera responsable y respetuosa. Sin ataduras, sin dependencias, sin juicios previos. En suma: sin línea. Así concibo el columnismo de opinión.

Hoy busqué manifestar mi sentir con una voz entintada en siete letras, sencilla, quizá gastada de tanto manosearla, mas no por eso menos honda: ¡gracias! Aquí ando. Aquí estoy. Aquí sigo.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos

Un comentario

  1. Mi más cálida felicitación por este año de opiniones, de reflexiones ricas e interesantes a tantos temas diversos y útiles. Me gusta el tono, siempre sacudidor de consciencias, del Mtro. Enrique Rivas Paniagua. Un saludo!!