Han sido excepcionales corresponsales de guerra

Historias que contar

Los corresponsales de guerra siempre han sido reconocidos, no únicamente por sus historias, muchas estrujantes, conmovedoras en que relatan hechos bélicos participando no como combatientes sino como objetivos testigos.

Esta es la síntesis del libro de Hugo Montero, de origen argentino, en donde presenta acciones que lindan con lo heroico y que él simplemente tituló Periodistas en la mira.

Nacido en Claypole, Buenos Aires, en 1976, egresó  de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora como licenciado en periodismo. Ha colaborado en diversas publicaciones y publicado obras como Por qué Stalin derrotó a Trotsky, Un lectura de la Revolución Rusa, La guerra blanca y Entre Dios y el Pentágono, de los más exitosos.

Fruto de intensa investigación, con una prosa activa, adecuada a los relatos, se va años muy atrás y menciona que en 1854, el británico William Howard Rusell, de El Times londinense fue enviado a cubrir las incidencias de la guerra de Crimea.

Lejos de enviar reportes a la medida del Estado Mayor, trazó con veracidad y crudeza los rigores de la contienda y los horrores estratégicos de los comandantes imperiales.

Este fue su reporte inicial: ”Nuestras cifras, entre muertos, heridos y desaparecidos, según pudo corroborarse a las 2 de la tarde de hoy, son: entraron en combate seiscientos siete, volvieron del combate ciento noventa y ocho; perdimos cuatrocientos nueve”.

Condenado por quienes esperaban solo un dócil sirviente que los elogiara, y aclamado por soldados y público, el suyo fue el primer eslabón de un oficio que tuvo nombres gloriosos como el de Ernest Hemingway, George Orwell o Ryszard Kapuscinski.

Algunos, como Ernie Pyle o Ignacio Ezcurra pagaron con su vida al acercarse demasiado a la línea de fuego.

Otro, como Kevin Carter, encontraron en el suicidio una salida después de tantos horrores reportados; en su caso con una cámara fotográgica. Y de estos también alude a Robert Capa o Vasili Grossman, que impresionaron con las imágenes que captaron.

Ignacio Escurra, del diario argentino La Nación, alcanzó a escribir: “Saigón, 8 de mayo. Correrá mucha sangre en mayo…”.

Después, las sombras de la guerra lo devoraron en mayo de 1968.

Su esposa, Inés Lynch, llegó a decir: “Ignacio era una persona que sabía bastante lo que quería y, cuando tenía ganas de hacer algo, era muy difícil convencerlo de lo contrario”.

Su cuerpo jamás fue encontrado.

Otra víctima fue se anota es Ernie Pyle, de 44 años, corresponsal norteamericano.

La bala de un francotirador japonés lo alcanzó el 18 de abril de 1945, en la pequeña isla japonesa de Ie Shima, cerca de Okinawa, a orillas del Pacífico. Poco antes del disparo, Pyle se trasladaba en un jeep junto a un coronel, rumbo al frente.

Nació el 3 de agosto de 1900, en una pequeña granja en un enclave rural en Indiana.

Sudán antiguamente dominado por la Corona británica estaba en guerra.

Ahí estaba en 1993 el fotógrafo sudafricano Kevin Carter

Caminaba por los alrededores cuando la lente de su cámara dibujó la figura de una niña pequeña, marcada por la profunda huella de la desnutrición, derrumbada en el piso, casi sin aliento y sin fuerzas. Carter abrió el diafragma y, antes de obturar, observó que un buitre gigante se posaba justo detrás, a cinco pasos de la niña.

Carter disparó y el buitre desapareció. La imagen es el documento más gráfico más movilizador que jamás se haya visto.

Él diría: “Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni verla, la odio”.

Hay otras vivencias de temerarios informadores no menos atractivas, aunque las aquí consignadas por Hugo Montero parecieran tener una dosis de mayor interés.

De Editorial Lectorum, S.A. de C.V.,  la segunda edición es de julio 2016.


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