Mengele, El Ángel de la Muerte que jamás pudo ser capturado

Historias que contar

El título La desaparición de Josef Mengele, parece atenuar la vida de uno de los personajes más siniestros de la Segunda Guerra Mundial.

Soberbio, vanidoso y convencido hasta el final de haber “servido” a Alemania y a la humanidad, fue siempre recordado por las atrocidades médicas que cometió con quienes estuvieron confinados en el campo de Auschwitz.

Con él no hubo el final esperado que se da con algunos criminales, a quienes se les persigue, se les detiene, los juzgan y terminan el resto de sus días en la cárcel.

Un ejemplo de sus acciones se refleja en el texto de Olivier Guez, escritor y periodista, nacido en Estrasburgo, así como distinguido alumno en la London School of Economies, entre otras universidades.

“El 27 de enero de 1985 nieva en Auschwitz. Entre los supervivientes que han acudido a conmemorar el cuadragésimo aniversario de la liberación del campo se halla un grupo de quincuagenarios y sexagenarios con deformidades, gemelos, enanos y lisiados.

“Secuelas del zoo humano de Mengele reclaman justicia ante las cámaras del mundo entero e instan a los gobiernos a capturar de una vez a su torturados. Señalan que está vivo y debe pagar.

“Desde Polonia, la mayoría de ellos vuela a Israel. El 4 de febrero da comienzo el simulacro de proceso del criminal contra la humanidad en el memorial del Holocausto de Yad Vashem, en Jerusalén”.

“Durante tres tardes seguidas las víctimas relatan el martirio que sufrieron. Una ex guardiana de un bloque de gemelos lo recuerda. Tras inyectar esperma de un gemelo en las entrañas de una gemela con el fin de que la joven alumbre a un par de criaturas, Mengele, al comprobar que no alberga más que un niño, le arrancó el bebé del útero y lo arrojó al fuego”.

“Abrumada, una mujer dice que tuvo que asesinar a su hijita de ocho años. Mengele ordenó que le vendaran el pecho para destetar a la criatura: quería comprobar lo que duraba la vida de un lactante no alimentado. La madre oía llorar sin parar a su bebé y acabó inyectándole morfina facilitada por un médico judío.

“Unas mujeres cuentan que unos SS aplastaron el cráneo de lactantes vivos y describen la pared de ojos prendidos con alfileres en el despacho de Mengele”.

Pero cómo pudo escapar. Guez lo explica.

“Huyó de las garras del Ejército Rojo. Utilizó documentación falsa a nombre de Fritz Ullman y al fina Argentina, como Helmut Gregor.

“Ahí tendió al funcionario de aduanas un documento de viaje de la Cruz Roja Internacional, una autorización de desembarco y un visado de entrada: Helmut Gregor, 1.74 metros de altura, ojos castaño verdoso, nacido el 16 de agosto de m1911 en Termeno, o Tramin en alemán, municipio de Tirol del Sur, ciudadano alemán de nacionalidad italiana, católico, mecánico de profesión. Dirección de Buenos Aires: calle Arenales 2460, barrio de Florida, c/o Gerard Malbranc.

“Al inspeccionar su equipaje de una maleta pequeña encuentra jeringuillas hipodérmicas, cuadernos de anotaciones y dibujos anatómicos, muestras de sangre y de células: un poco extraño para un mecánico. Y llaman al médico del puerto.

“Gregor se estremece, mientras el médico inspecciona las muestras y las anotaciones hechas con apretada letra gótica. Mengele argumenta que es biólogo aficionado y el médico, que tiene ganas de irse a comer, con un gesto le indica al aduanero que puede dejarlo pasar.

“Aquel 22 de junio de 1949, Helmut Gregor ha alcanzado el santuario argentino”.

Después de la guerra le esperaban una formidable carrera universitaria y el reconocimiento del Reich victorioso.

Sangre para el suelo, su demencial ambición, el gran proyecto de Heinrich Himmler, su jefe supremo.

Auschwitz, mayo de 1943-enero de 1945.

Gregor es el Ángel de la Muerte, el doctor Josef Mengele.

Además de Argentina estuvo en Brasil y países cercanos.

“Su vida no es apacible. Para los vecinos, Mengele es Pedro, un anciano esmirriado y estrafalario. No ha vuelto a salir del barrio desde que una pareja le echó una mirada en el Metro –desde que piensa que un hombre murmuró algo al oído de una mujer y ella lo miró fijamente-.

“Sigue cayendo en la paranoia, su frente saliente le obsesiona, lo corroe el hueco entre sus incisivos, cada vez que se aventura cabizbajo hasta la tienda de ultramarinos. Le estremece la posibilidad de ser desenmascarado, interpelado, capturado, golpeado. Los periódicos siguen hablando de él”.

Con él ha estado su hijo Rolf, que no lo entiende en absoluto, pero no contradice a su padre.

El 7 de febrero de 1979 se despierta exhausto y bañado de sudor, el corazón palpitante, tiembla de pies a cabeza porque presiente que llega al final de su macabro viaje.

“Pese a sus dolores de espalda, acierta a levantarse, se embute el traje de baño, se viste y sale, sin beber ni comer nada. Camina por la playa y le da vueltas la cabeza. Tiene que sentarse en una roca.

“Y de súbito empieza a hablar, confusamente, de escombros, de sus parientes y de Gunzburg. Sueña con regresar y acabar allí sus días. Se muere de calor y de sed.

“Entonces, impulsado por una fuerza oscura, entra solo en el agua turquesa, cabeza abajo y flota, no siente ya su cuerpo dolorido ni sus órganos degradados, llevado por la corriente que lo arrastra hasta altamar y las grandes profundidades.

“Mengele sufre estertores. Mengele se ahoga. Lo extraen del agua, pero ya Mengele es un cadáver. Ha muerto en la inmensidad del océano, bajo el sol de Brasil, furtivamente, sin haber tenido que enfrentarse a la justicia de los hombres ni a sus víctimas por sus nefandos crímenes”.

De Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V., bajo el sello editorial TUSQUETS, M.R., la primera edición impresa en México es de julio 2018.

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