Nos toca enfatizar los empeños para combatir el letal Covid 19

Historias que contar

Días, semanas, meses que apilan los recuerdos, como fichas de dominó, en testimonio de millones de personas en el planeta y que serán, por tiempos por venir, amarga reminiscencia bajo el amparo de un significado letal: coronavirus.

Si en los primeros augurios, después de febrero, se especulaba en cifras, números de los picos de la terrible pandemia, hoy, que nos asomamos a un nuevo año, poco se encuentra en la inmediatez como paliativo.

Para nuestro país, tal vez sea el arribo de esperanzadoras vacunas, que se aplicarán, acorde con lo explicado por autoridades sanitarias, en calendarios específicos que se alargarán en el 2021.

Prioritario, justicia que no se reclama y sí se comprende, es el inmenso universo de quienes en primera instancia recibieron los primeros embates de la enfermedad. Se circunscribe la enumeración a médicas, médicos, enfermeras, enfermeros, camilleros, asistentes en limpieza, administrativos y otros muchos más, con tareas asistenciales que los arropan como héroes desconocidos.

La gran mayoría resiente cansancio acumulado, de mañanas, tardes, noches y madrugadas y, con eso, un estrés ante las condiciones de los pacientes. Tareas que les parecen eternas, pero no los hacen omitir, para nada, la esencia de su vocación.

En algunos de los centros de atención, no es un secreto, hay déficit de doctores y enfermeras, en algunos hospitales se carece de insumos

Pero, los de batas blancas y azules fueron y siguen otorgando su humanitario concurso, su auxilio a quienes postrados en miles de camas fueron atrapados por la enfermedad. Están al pendiente de sus obligaciones profesionales, pero al igual de sus seres queridos. Doble su compromiso con la vida misma.

De los infectados, muchos afortunados pudieron salir avante y vencer en desigual contienda a la muerte. De estos también, los que, en la felicidad de reintegrarse a sus hogares, fueron atrapados por secuelas, en una gama amplia de malestares corporales y anímicos.

Los otros fallecieron en términos de tiempo que quizá no pudieron explicarse. Y son más de ciento quince mil, en cifras oficiales. Hoy, en sus senos familiares llevan, en su recuerdo, a noches de insomnio, de oraciones, sin hallar anhelado consuelo.

 En ese universo sobran las confesiones, se multiplican. Historias reales, a veces entre sollozos y ojos nublados por la desesperanza.

Como apenas, reciente imagen de una señora, acercándose a los 70 años. Su hija contó como recurrieron a un nosocomio en la Ciudad de México donde ya no había cupo. Un doctor les aconsejó que fueran a otro, en el autódromo. Subieron a la enferma a una ambulancia, pero antes de completar el trayecto expiró.

En estas escenas de claro oscuros, un amigo muy cercano relató que estuvo internado 17 días en el Hospital General en Pachuca. Vecino casi inerte junto a otros enfermos que poco hablaban. Silencios solo interrumpidos por médicos y enfermeras, en sus desplazamientos. Exaltó su comprensión, su afecto: “Siempre pendientes de nosotros”.

Estas o parecidas vivencias las han relatados quienes han estado en otras instituciones, donde al igual que en el General, se testimonian atención y humanidad del personal médico.

Tal vez algunos de ellos, los enfermos, no fueron muy practicantes de las normas esenciales de prevención. Sana distancia, cubrebocas, geles, termómetros para vigilar temperaturas anormales.

Solo que, como hoy mismo, tenían la primaria obligación de salir de casa y cumplir con sus deberes laborales. Imposible evitarlo dentro de la responsabilidad de sumar sustento para necesidades de esposas, de hijos, quizá de sus mismos padres.

Otros sí, más despreocupados, enfrentando peligros de contagio sin contener la apetencia de añejos hábitos como asistir a espacios de densas concentraciones, fuese en comercios, tianguis, mercados, restaurantes, y sitios semejantes.

Permanecer en casa ha llevado a romper modelos domésticos, sobre todo de quienes extramuros se ajustaban a horarios externos, ahora interrumpidos. Hasta en colaboraciones con sus pequeños o adolescentes en asignaturas que seguían por la televisión No existían esos hábitos. Se produjeron fricciones, temperamentos desbordados. Parejas hubo que optaron por la santa paz de momentánea separación que ahogó ensueños de amor y comprensión.

Consecuencia, es posible, de no saber cómo enfrentarse a lo desconocido, no tangible, invisible en sus mortíferos ataques.

Lo prevenible, han expuesto investigadores, científicos, es que el arribo de las vacunas no garantiza, por lo menos en un semestre, descensos radicales en las cifras cotidianas de los decesos, de los contagios. En ese escenario suele ocurrir que la preocupación, el dolor se acentúa cuando alguien cercano, en la familia misma, se ha infectado. Alguna vez con desenlace funesto.

Nos falta, visto así el panorama, que en lo que se avecina impere una conciencia de todos al extremar formas de protección personal y quienes conviven con nosotros. No hay que olvidar, aún faltan fechas significativas de celebración, como son Navidad y Año Nuevo en que por un gusto, tradición entendible, se podría incurrir en desvíos de patrones de conducta instruidos por autoridades de Salud.

Ojalá pongamos en práctica lo que día a día se nos repite de normas muy elementales. Se supondría como último asalto consensuado para mitigar sufrimientos, penas, que son recientes en nuestros corazones.

Juan Manuel Larrieta

Hace ya varios años con cierta frecuencia nos reuníamos con don José Guadalupe Marines, ya fallecido, con quien compartíamos afinidades musicales.

Tono privilegiado de locutor de tiempos y tiempos de convivir en cabinas.  En algunas ocasiones llegó a externar el arribo de otras voces que se integraban a las estaciones hidalguenses, y entre ellas, con especial deferencia, nombraba a Juan Manuel Larrieta Espinosa, identificado en los afectos como Manolo.

De presencia cotidiana, hubo la oportunidad de conocerlo. Su centro de trabajo en el Grupo ACIR se ubica en uno de los portales de la Plaza Juárez. Prácticamente éramos vecinos.

Del elemental “Hola ¿Cómo ha estado?”, ingresamos temas populares de conversación como el futbol y otros relacionados con actualidades del estado.

Alto, de andar tranquilo, era muy identificado cuando salía o llegaba a la radiodifusora, en donde ya desempeñaba como gerente y al tiempo como titular de espacios noticiosos.

Por algunos meses, los viernes, nos otorgaba un espacio. En radio, frase verdadera, el tiempo es oro. Minutos que se escapan al control de los relojes abrumados por el olvido de concisión al exponer variados temas.

Después, responsabilidades diferentes nos alejaron de la habitual charla, aunque su noticiero matutino era recuerdo de las amenas charlas.

Manolo, así, con afecto, falleció la semana pasada. Lamentable, sorpresiva la noticia de su fallecimiento. Hoy se agrega al íntimo pesar del adiós de un excelente camarada, el deseo a su familia para que encuentre caminos a la resignación, y a nosotros no olvidar su buen humor, su natural perspicacia informativa  y el cuidadoso lenguaje que mucho le reconocimos.

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